Si algo hemos aprendido en nuestro pueblo es que la
relajación en las medidas de seguridad en esta pandemia que nos atormenta puede
resultar fatal.
Si a principios de Octubre nos felicitábamos de la recuperación de infecciones que nos había sobresaltado en Agosto, Nuestro
gozo cayó rápidamente al pozo del desánimo cuando nuestro Centro de Salud y Ayuntamiento
nos informó de un brote con dos casos apenas nueve días después. Desde aquí
todo se precipitó: varios brotes con un incremento
incesante y con picos arriba y abajo de casos hizo ascender a cuarenta las
personas afectadas.
Claro que la situación favorable de la que Minglanilla
gozaba hasta entonces seguramente nos animó a considerarnos a salvo de lo que
muchas localidades cercanas y del resto de nuestra comunidad y del Estado ya
padecían en lo que sería la segunda terrible ola de coronavirus. Es evidente
que bajamos la guardia, que nos consideramos inmunes aun sin inmunizarnos. Nos equivocamos.
También tenemos claro por nuestra experiencia que el
contacto social y familiar sin
suficiente precaución fueron focos determinantes. Las celebraciones propician
contactos con el virus de manera más fácil. El corona se encuentra cómodo con
nuestra pasión que supone el contacto con amigos y familiares y nosotros se lo
podemos llegar a ofrecer en bandeja.
El caso es que las consecuencias son, en muchos casos muy
importantes para nuestra integridad y la de los nuestros. Lo vemos a diario, no
caben dudas, están ahí, en los hospitales
y en sus UCI.
¿Merece la pena esperar para llegar? No sirve de nada
disfrutar para dolernos luego desgarradamente con la gravedad que suele acompañar a esta Covid 19
o incluso para no llegar, con la pérdida de alguien, y todos ellos tienen
nombres y apellidos.
Ahora se ha abierto un debate, en mi opinión poco útil, con
las medidas a adoptar para estas próximas Navidades.
Cuántos familiares y no familiares se pueden reunir, si nos podremos desplazar
o no, si los niños contarán o no contarán… Algunos incluso llegan al rizo del
rizo si considerar a los niños medias personas o personas completas en el
cómputo.
Este debate no cuenta o cuenta poco con la opinión de los expertos o intenta llevarse al
científico a su campo. Nuestros dirigentes se debaten entre la necesidad de
preservar la salud y la “felicidad” de la población. Muchas veces esa felicidad
lo es en la medida de los intereses económicos, que con ser esenciales e
importantes para la sociedad no conviene confundir.
Con todo entiendo que el debate se produzca en una sociedad
democrática y de consumo como es la nuestra y se hace difícil creer en todo
caso que las normas, cualesquiera que fuesen, lleguen a ser lo eficientes que
se pretende si la actitud de la
población no ayuda lo suficiente.
El descenso
paulatino desde Octubre a Noviembre de casos en Minglanilla, hasta llegar al
control casi absoluto de los brotes ha tenido que ver una vez más con la vuelta
a la actitud responsable de la gente que la habitamos y que en alguna medida se
había abandonado. No bastaron las medidas de las autoridades, se necesitó algo
más.
No hay Navidad sin corona, la corona de la Natividad, de la
tradición. Este año sabemos que habrá otra corona que nos hará celebrar diferente, que nos pondrá a prueba. El
sacrificio de renunciar a nutridas celebraciones de familiares, amigos y
compañeros no tiene otra misión que asegurar otras muchas celebraciones, esta
vez sí, más nutridas, jubilosas e incluso bullangueras. Merece la pena esperar
para llegar. Y esto, ya digo, depende de
nosotros.
Nuestro enemigo es el coronavirus, no las autoridades que
debaten penosamente qué normas implementar sin enfadarnos demasiado. Todos
sabemos que no hay barreras. Que no importa cuál sea la fiesta que celebremos
ni si el lugar es una gran urbe o una pequeña localidad como la nuestra. Ni
siquiera las normas que finalmente se implementen o impongan. Que la única
barrera que pueda llegar a ser eficaz somos nosotros mismos. Lo sabemos.
Feliz y segura Navidad
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