lunes, 3 de octubre de 2022

EN EL MURO


Hace poco, en un reportaje de televisión, una de las personas que intervenía a propósito del daño que el acoso o difamación puede causar afirmaba que muchos ahora en aras de la libertad de poder expresarse libremente, “dicen lo que piensan, sin pensar lo que dicen…”. Este juego de palabras me hizo reflexionar sobre las implicaciones que esto conlleva.

En realidad, no es nada nuevo. Ya en tiempos de nuestros bisabuelos y abuelos se practicaba las coplillas que ponían en evidencia vicios y rencillas de los vecinos, después vinieron las octavillas y pintadas en muros y, en todo caso siempre funcionó el boca a boca con las maledicencias susurradas vertidas en oídos ansiosos de conocer. Pero con las redes sociales la envergadura se ha multiplicado en cantidad y rapidez de circulación.

Cuando sentí la conveniencia de unirme a las redes sociales, inmediatamente comprendí que estaban hechas exclusivamente para practicar el alago y no la crítica. La razón principal era que, en primer lugar, las redes estaban configuradas supuestamente por “amigos para amigos”, y en segundo lugar en que todo comentario, imagen, vídeo que se subía o compartía lo era con la similitud de las pintadas que todos hemos conocido sobre muros de las calles y sobre puertas de aseos públicos para conocimiento y escarnio general. Cuando apuntaban a fulanita o menganito convertían a estos en unos desgraciados señalados entre la comunidad. A veces, y según la vulnerabilidad podían desembocar en tragedia.

Porque la difamación siempre hace daño, independientemente del medio que se emplee. Sólo basta con leer una reciente noticia de las muchas que ha habido. En el periódico El Mundo este mismo mes: El intento de suicidio de Saray. 

Pero, claro, la crítica cuando es en un entorno conveniente puede ser muy positiva. Siempre que persiga sugerir razonable y razonadamente posibles mejoras y posible rectificación de errores.

¿Y qué decir de la crítica destructiva? Ésta evidentemente sólo destruye y no ayuda a crecer a una sociedad sino a todo lo contrario. Estoy seguro que todos estamos de acuerdo en que la crítica debe ser siempre constructiva.

Sin embargo, la crítica hacia la gente difícilmente será constructiva en las redes. ¿A quién puede gustar ver una pintada en un muro frente a tu casa donde te aconseje que esa ropa no te favorece nada o que te sugiere cambiar de peinado, o que no aparques el coche tan separado de la acera o…? Las redes sociales llaman “muro” al panel exclusivo para tus publicaciones, y al ser público o abarcar al resto de tus “amigos”, muchos de los cuales ni siquiera lo son, vienen a ser como el muro frente a tu casa donde te ha dado por criticar “constructivamente”. No funciona. Sólo funciona con asuntos públicos, y aquí sí que entra la necesidad de emplear lo dicho al principio: decir lo que se piensa que debería rectificarse pensando bien lo que se dice. No todos los temas tienen la suficiente entidad para ser tratados. Debemos estar atentos al fondo de lo que se debate o comenta para asegurarnos que es pertinente hacerlo. Pero tanto como al fondo, si no más, habrá que cuidar la forma de hacerlo.

No será lo mismo decir que “aquello fue catastrófico” a que “aquello quizá pudiera ser más eficaz aplicando estas sugerencias”. Suponiendo que existen suficientes razones para efectuar esa crítica, la primera forma se aproxima a ser crítica negativa y la segunda constructiva. Aún sugiriendo las mismas soluciones y con el mismo fondo.

Volviendo a mi idea del uso de nuestros muros en redes. Si sentimos el impulso de expresarnos en ellas, es mucho más eficaz usarlos para decir lo felices que somos comiendo donde comimos, estando con esa buena compañía, viajando con esos amigos o familia, celebrando ese cumpleaños. Felicitando, diciendo lo guapos que vemos a nuestros amigos, alegrándonos de los éxitos que nos contaron, que expresando lo mal que vemos a este amigo, que yo no haría ese viaje tan cutre, etc.

Cuando a veces veo esas pintadas que expresan un amor adolescente, sin abandonar mi oposición a la pintada en sí (estoy en contra de ensuciar paredes públicas o privadas), me provocan una sonrisa y me hacen evocar tiempos mejores para mí. Cuando veo un insulto contra algún otro adolescente, comprendo el dolor y angustia que seguramente está provocando en esa persona y su entorno.

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Imagen publicada en el periódico La Vanguardia

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viernes, 5 de agosto de 2022

UNA BUENA NOTICIA



 Anteayer recibí una buena noticia. No me atrevo a decir la mejor porque nunca hay que cerrar puertas, pero sin duda una de las mejores y, en todo caso, la mejor del día. Enseguida supe que tenía un excelente motivo para salir de casa a pesar de los días abrasadores que estamos soportando. Al fin y al cabo no era una hora muy intempestiva y ya no costaba tanto andar por las calles de Minglanilla, escalando la suave cuesta arriba de la calle Madrid hacia la antigua casa del Administrador de la Mina de Sal y hasta hoy Museo municipal. La casa del Administrador es un caserón señorial frente a la Iglesia Parroquial y que da idea de la importancia que tuvo en su momento la extracción y posterior comercialización de la sal cuyos orígenes datan de la época Ibera y que fue la más importante de la Península. Fue construida en el año 1672. Tras muchos años de servir como vivienda a empleados de la compañía eléctrica y posterior estado de abandono y deterioro, el Ayuntamiento en 2009 emprendió  su restauración con el interés de convertirla en Museo. Una excelente iniciativa que nos proporcionó la oportunidad de conservar uno de los edificios más interesantes de nuestro patrimonio.


Ahora, una vez más el gobierno municipal tuvo que intervenir en el edificio tras el deterioro que había empezado a padecer y esta vez también su aprovechamiento ha sido modélico, porque en él se ubica desde ayer la nueva Biblioteca municipal.

Una biblioteca con importantes actividades, dinámica, activa que ahora pasa a ser más práctica, con amplias salas para lectura, estudio, reuniones, talleres y medios tecnológicos en un entorno agradable, confortable.



Sin duda estamos de enhorabuena. No sólo la casa de los libros, sino la de las relaciones sociales, la del conocer, la del informarse. Una buena noticia, en suma.

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martes, 26 de abril de 2022

LA PARTICIPACIÓN EN LA GESTIÓN, LA CLAVE

 


Cuando en marzo de 2020, en pleno fragor de la lucha sin tregua contra la covid escribía en este blog un artículo que titulé: CORONAVIRUSY CIVISMO  “…Este virus nos va a hacer que todos nos replanteemos nuestra vida. Lo verdaderamente importante va a aflorar en los adultos y en los jóvenes. Ya lo está haciendo. Nos quedamos en casa por nosotros y por los demás, ciudadanos asiáticos nos regalan mascarillas y equipos de reanimación, la gente se ofrece a ayudar. Ya lejos de los que acapararon material quizá para obtener beneficio.  El civismo se va a incrementar. Ninguno de nosotros ya va a consentir ni admitir los actos incívicos e insolidarios. Esta crisis nos va a hacer mejores…”

Me queda el consuelo de no ser el único que planteó esta tesis del avance solidario. Muchos ya han reconocido su error.

Evidentemente yo tampoco acerté. A nivel nacional había gente lucrándose vergonzosamente con las importaciones de mascarillas que tanto necesitábamos como estamos viendo en las noticias estos días, y a nivel local tampoco esta crisis nos dejó mejores hechos. Como mucho, mejores propósitos.

Y es que lo que escribía venía motivado por un comunicado de nuestro Ayuntamiento en el que se daba cuenta de los actos vandálicos que por aquellas fechas se habían cometido contra bienes públicos. Claro, yo pensaba que debían ser fruto de adolescentes que no digerían el sentido del bien público – algo que es de todos y de ellos también- o que protestaban por algo que alimentaba su natural rebeldía aunque no se supiera bien qué. En todo caso fruto quizá de una vida bastante protegida y con las necesidades básicas cubiertas.

Así que, iluso de mí creí en el milagro del desastre colectivo que supuso la pandemia y pensé que haría replantearnos la escala de valores y primar el de la solidaridad, que tiene mucho que ver con evitar esos atentados sin sentido a los bienes públicos de los que por otro lado, nos gusta mencionar ante los forasteros y presumir de nuestro pueblo.

Nada más lejos de la realidad. Hace muy poco unos lavabos públicos han sido destrozados, y antes, unos contenedores de residuos. La historia se repite, desgraciadamente.

Vaya por delante que la adolescencia y juventud que puede ser sinónimo de rebeldía no lo es en absoluto de irresponsabilidad. Por eso es muy conveniente la identificación y asunción de responsabilidades para los autores. Pero también merece la pena plantearnos soluciones dentro de nuestra comunidad que no aludan exclusivamente a la sanción o reprobación.

De todos es sabido que los proyectos que se abordan y gestionan por nosotros mismos son considerados como algo propio a proteger y ¿por qué no pensar que los proyectos que interesan a nuestros adolescentes y jóvenes podrían ser gestionados también por ellos mismos? Merece la pena dar un voto de confianza a los que en un futuro cercano nos van a reemplazar en nuestras tareas de adultos y que ya pueden empezar a experimentar lo que realmente supone ser el responsable del bien a cuidar, a mantener. Seguramente el joven que colabora en el negocio familiar de forma activa se sentirá más responsable que el que lo tenga que hacer como una mera obligación. Esto conlleva opinar, planificar, dirigir, tomar decisiones, comprobar los resultados, rectificar cuando es necesario, administrar los recursos que se ponen en sus manos. Si al interés del tema a proyectar se añade el interés de la gestión es posible que avancemos en la responsabilidad.

No me resigno a equivocarme una y otra vez, si bien admito la posibilidad de seguir haciéndolo.  

Imagen “practicamos el juego limpio” 2012

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