Hace poco, en un reportaje de televisión, una de las personas que intervenía a propósito del daño que el acoso o difamación puede causar afirmaba que muchos ahora en aras de la libertad de poder expresarse libremente, “dicen lo que piensan, sin pensar lo que dicen…”. Este juego de palabras me hizo reflexionar sobre las implicaciones que esto conlleva. En realidad, no es nada nuevo. Ya en tiempos de nuestros bisabuelos y abuelos se practicaba las coplillas que ponían en evidencia vicios y rencillas de los vecinos, después vinieron las octavillas y pintadas en muros y, en todo caso siempre funcionó el boca a boca con las maledicencias susurradas vertidas en oídos ansiosos de conocer. Pero con las redes sociales la envergadura se ha multiplicado en cantidad y rapidez de circulación. Cuando sentí la conveniencia de unirme a las redes sociales , inmediatamente comprendí que estaban hechas exclusivamente para practicar el alago y no la crítica. La razón principal era que, en primer luga...