En este momento estamos inmersos en una espeluznante tercera ola de infección en España y en Europa y estamos pagando dramáticamente las consecuencias de la pasada Navidad. También aquí, en nuestro pueblo, nos llegó.
No es, desde luego, que nos haya pillado desprevenidos. Ya
todos lo sabíamos a pesar de que nuestras intenciones hayan sido siempre o casi
siempre buenas. Lo hemos tomado como algo inevitable y quizá pensáramos que
asumible. Sólo cuando el incremento tan espectacular de casos ha golpeado a
nuestros hospitales y centros de salud dejándolos casi cao con los
profesionales sanitarios al borde del colapso hemos empezado a dolernos. Sí,
porque estamos empezando a conocer casos cercanos en los que lejos de resultar
asintomáticos o con síntomas leves como la inmensa mayoría, han sido moderados,
graves, muy graves y desgraciadamente en algún caso hayamos perdido a un ser
querido.
Todos en la pre Navidad lo sabíamos y llenamos nuestros
muros de Facebook y twitter de mensajes de advertencia sobre las medidas, duras
medidas que debíamos adoptar en las fiestas y que en ningún caso pasaban por
festejar nada, puesto que nada había que festejar. Este blog también se unió ala campaña de buenos propósitos y apostó por el “cero”. Cero
contagios que era la marca de partida y que debíamos ser capaces de mantener.
Estaba convencido que aunque hubiera medidas legales que cumplir, lo útil
estaba en nosotros mismos, en nuestra actitud personal.
Esas mismas redes sociales recogieron después nuestras
felices cenas, comidas y roscones con hermanos, hijos, padres, abuelos y
nietos. Seguramente lo que permitían las restricciones impuestas.
El queso
En este sentido Raúl
Ortiz de Lejarazu Leonardo, Consejero Científico del Centro Nacional de
Gripe de Valladolid. Profesor de Microbiología en la Universidad de Valladolid
escribía por esas fechas en la prestigiosa revista The Conversation en el
artículo : Covid-19: estas navidades, laestrategia del queso suizo : “Tras un
año de pandemia, los ciudadanos conocemos de sobra qué hacer y no hacer para
evitar el virus. A esas medidas que dependen de nosotros, la estrategia del queso las denomina “responsabilidades personales”. Entre ellas están el uso de
mascarilla, la reducción del tiempo de estancia en lugares excesivamente
concurridos o la distancia física de seguridad entre nosotros. Todos ellos son
buenos ejemplos de dichas responsabilidades.
Pero por sí solas no
bastan para disminuir los contagios. Es necesario, además, combinarlas con
otras que se denominan “responsabilidades
compartidas”. Aquí entran las restricciones de movimientos, los toques de
queda, los test en la población y las restricciones de espacios públicos…”
Pero ¿qué es esa “estrategia del queso suizo” que menciona?.
Pues él mismo nos dice que se basa en una teoría que ha popularizado el
virólogo australiano Ian M. Mackay y
que consiste en lo siguiente: “La única
forma de contención posible de futuras ondas pandémicas sería aplicar
diferentes medidas, admitiendo que ninguna es perfecta. Entonces, sucedería lo
mismo que al juntar varias lonchas de queso suizo emental (el de las burbujas
interiores): Estas medidas, al igual que el queso, tendrían “ciertos agujeros”
por los que podría pasar el virus. Pero al aplicar varias al mismo tiempo,
sería más difícil que estos agujeros coincidieran y el virus se mantendría a
raya evitando los contagios.”
Admitía que es “una medida sencilla de decir e incómoda de
cumplir.”
Todos estábamos de acuerdo en el sacrificio y mirábamos con
malos ojos a los que pensaran irse de juerga, pero claro, miramos sobre todo a
lo que el autor denomina “responsabilidades compartidas”, las que dictaron las
normas, es decir, no juntarnos más de
dos núcleos familiares, airear la habitación, no más de diez personas, lavarnos
las manos y otras medidas higiénicas, procurar no situarnos a menos de un metro
y medio entre comensales, etcétera.
De esta forma nos podíamos inhibir en las “responsabilidades
personales”. Si los expertos nos dicen esto y nosotros intentamos cumplirlo o
al menos aproximarnos al cumplimiento, no se nos puede pedir más.
Precisamente esta actitud responsable haya evitado aún más
desastre, pero el desastre está aquí de todas formas. Esto es incuestionable.
Las fiestas de Navidad evidentemente no han contado con las
suficientes lonchas del queso de agujeros que hubieran permitido taparlos
suficientemente. Por el contrario, varios agujeros de esas lonchas han
coincidido dejando pasar los virus. Nadie podrá negar que la de la mascarilla
cuando se está cenando o comiendo es imposible, por citar un ejemplo. Puede ser
que la loncha de la distancia social que supone no haber celebrado la Navidad
este año para celebrarla en los que vienen tranquilamente hubiera sido
suficiente. Esta hubiera sido una dolorosa responsabilidad personal pero eficaz.
En todo caso convendrá aprender de los errores pues puede
ser que todavía haya más fuegos que
tengamos que apagar antes de que las vacunas logren su efecto.
El artículo de referencia terminaba con esta frase: “En definitiva, no tenemos que invitar a
nuestros hogares en esta Navidad a la covid-19.”
Pues eso, no volvamos a invitarla.
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